El académico
Estaba muy nervioso ese primer dia de clases en la U. No creo que mi selección como académico haya sido y bien pensada ni plane
ada. Apenas tenía 24 años. Un cura que era Magister en filosofia no quizo hacer las clases y me dijo: anda tú por favor. Yo llevaba unos 3 años haciendo clases en el San Luis. Hicimos los trámites y finalmente me confirmaron: vaya a la R51 a la cátedra de Antropología Filosófica.

Eran esas salas gigantes como teatro y estaba llenísima. Me paré delante y les dije que haríamos clases. El silencio empezó de a poco y algo hablé de la importancia de la filosofía. Terminé la clase y una chica se me acerca y me entrega un papel diciendo: “Profe, muchas muletillas, 34 `digamos`”.
De ahí me propuse hacer las mejores clases.
Empecé a buscar problemas y desarrollarlos como si yo fuera el filósofo. Unas clases llegaba creyente y a la siguiente ateo. Unas veces creía en la ciencia y a la siguiente clase odiaba la ciencia. A veces apoyaba el ser y después la nada.
Actuaba. Discutía. Pero sobretodo hacia pensar. Tanto así que sin pasar asistencia se llenaba la sala y venían estudiantes de otras carreras a filosofar.
Al final del semestre esa alumna me dio un diploma por no tener ya muletillas.
¡¡Cómo extraño esas clases!! La academia para mí era un espacio de encuentro de convergencia y divergencia de ideas. No era el afán de demostrar cuánto sabía o no, usando palabras rebuscadas ni tampoco reprobando estudiantes. Era simplemente recuperar el diálogo y construir en conjunto la verdad.
Ojalá algún dia pueda volver.
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