Fue un día extraño. Iba camino al trabajo, a mi pega en la Unidad de Asuntos estudiantiles de la Universidad José Santos Ossa y al llegar nos dimos cuenta que la Universidad ya no existía.

La vida cultural que albergó “la OSSA” fue algo inigualable por las otras universidades locales. Constantemente “la OSSA” desarrollaba conversatorios con personalidad de nivel nacional y local que estimulaban la discusión y reflexión académica. Sin duda que el trabajo hecho por Patricio Jaradestacó en gran manera. Pero también lo hacían los grandes académicos que por ahí transitaban: Alberto Beckers, Huberto Plaza, Jorge Stavros, Adriana Zuanic, Patricia Bennett, Juan Carlos Quijada, Ernesto Rodriguez, Patricio Peñailillo, Branko Marinov, Juan Ramón Leal, Maria Teresa Ahumada, Ximena Silva, Cristina García, Alejandro Jimenez, Julio Morales y tantos otros con quienes compartimos entretenidísimas charlas.
Mi paso por la Ossa fue inesperado. Yo estaba trabajando en el Colegio San Luis y en el Colegio Antonio Rendic. Pero en este último colegio no estaba tranquilo. Había un inspector que no soportaba que yo no usara corbata y por ese detalle me hacia la vida a cuadritos. Así que cuando me ofrecieron ir a trabajar a la Ossa, en apoyo de don Eduardo Ibarra en Asuntos Estudiantiles, no lo dudé. Además que desde años que admiraba el trabajo de la Universidad en el área de Extensión. Así es que me incorporé justo el año en que se abrieron las pedagogías en Inglés, Lenguaje e Historia.
Como en todo buen lugar lo pasé muy bien y aprendí harto. Hicimos un círculo de filosofía. Enseñé Latín. Hice convenios con el cine y un boletín cultural para los estudiantes. Aumentamos los torneos deportivos. Y por sobretodo tuve grandes conversaciones con todos esos destacados docentes. ¡Daba gusto ir a trabajar a la Ossa!

Y así fue como la región se farreó un tremendo espacio de quehacer universitario e identitario.
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